Desde luego, lo que da vida a una casa no son los muebles sino
los sentimientos que animan a las personas que la habitan.
Sándor Márai La mujer justa






Hay un río dentro,
y el hombre no puede escapar
si ese fuese el propósito.
Hay un hombre dentro del río,
y el río no puede escapar
(tampoco).


He querido articular un recuerdo que no me deja.
Es insaciable y aparece cuando menos lo espero.
¿A dónde vamos cuando se nos acaba el camino?
Nada más marchar hacia atrás esperando borrar el sendero.

Hay un aroma perdido que no voy a encontrar de nuevo,
lo recuerdo, un fantasma al que persigo y no aparece ¿Cómo puede mi olfato mantener ese acto en la memoria por siempre?

Me gustaría sacarlo para no tener la añoranza de querer regresar ahí ¿Quién sería sin esos momentos acostado en la almohada de mi padre?

Las hormigas aparecen con la lluvia.
Las hormigas vuelven de la lluvia para dibujar un paisaje con sus infinitos pasos diminutos.
Se esconden en las grietas para escapar del sol inclemente que las quema por dentro.
Las matamos estrujándolas con la yema de los dedos.
Negras, rojas, amarillas, saben a lo que saben las hormigas después de la lluvia en la tarde.
Las hormigas existen para recordarnos lo ínfimos que somos.

Para mamá Carmen
He querido filtrarme entre los dedos mientras sacas la mano por la ventana y despegarme de la corteza del carro, suceder a los girasoles cada mañana en nuestro constante viajar. Viendo mi reflejo en las hojas de los árboles para siempre morir dentro de aquellas habitaciones cerradas donde apenas alcanzaba a ocuparlas. Encuentro súbito y anhelado cada mañana, corriendo desbocado al lado de tu carro, alcanzaba mi forma más perfecta cerca de ti, donde me ignorabas y me aproximaba a tus clases para ser un respiro, de 4to, 5to y 6to grado. Cada tanto le cantabas a tus matas en el solar, y solo podía mirarte de lejos emulando tu canto para llevarlo a todas partes. Ahora paseo por los mismos lugares a ver si te encuentro deambulando o llevando las bolsas del mercado a tu Aspen. Me habría gustado tener un nombre que me distinguiera de los demás para que cuando alguien narre mi historia, sepan que paseaba a tu lado.


Un día me encontraba jugando al equilibrista en las dos patas traseras de un pupitre, sin una malla
de seguridad que me atrapara, solo el filo de la tabla redujo mi velocidad un poco. Recuerdo la
sensación de caer al vacío, esa eternidad donde la mente viaja y cuando te das cuenta ya estás en el
suelo. En ese sentimiento de eternidad me abandono a buscar otros similares: cuando corría por el
Banco Central y estaba lloviendo, duré suspendido en el aire tanto tiempo. Recuerdo el golpe en la
espalda y el bolso mojado. La mirada hacia un cielo nublado que goteaba. Regresaba de clases de
natación y me dijo “no corras por ahí, está mojado”. Me levanté en el salón como si nada y la sangre
me trajo a las dimensiones de mi cuerpo; la eternidad puede parecer mucho y siempre termina con
un golpe en pocos segundos.


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